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Los Siete Pecados Capitales del Inversor

Los inversores tienen motivos de sobra en los últimos tiempos para estar contentos.

Con el entusiasmo, resulta más sencillo que la euforia se inocule entre los inversores, con una serie de vicios colaterales. El propio Alan Greenspan advirtió a finales de septiembre de los peligros que entraña dicha euforia. Pero no es el único que lo piensa. John Kenneth Galbraith expone asimismo que “Ni la legislación ni un conocimiento de la economía más ortodoxa protegen al individuo y a la institución financiera cuando vuelve la euforia”.

Durante las alzas, “nadie se planteará la posibilidad de que sus decisiones sean equivocadas, nadie dudará que el mercado va a continuar su ascenso de forma permanente, nadie escuchará las advertencias, nadie temerá al fracaso”, escribe Alfonso Álvarez en un libro sobre la psicología de la inversión bursátil. Cuanto más suben los precios de los activos, más quieren los inversores y menos precavidos se vuelven. Como ya comentó Walter Bagehot, director del semanario The Economist entre 1860 y 1877, “todas las personas son tanto más crédulas cuanto más felices”. Son las tentaciones que se ciernen sobre el mercado justo cuando más cerca parece estar el paraíso, cuyas puertas pueden cerrarse si los inversores sucumben ante los siguientes pecados capitales.

Gula: desmesurado apetito comprador, provocado por la continua subida del precio de las acciones, que puede llevar a adquirir más títulos de los convenientes o de los previstos inicialmente. “Cuando la bolsa sube con fuerza, muchos inversores particulares se lanzan a comprar más acciones con el afán de lograr más ganancias y más rápidas”, afirma un analista.

Pereza: tiene dos expresiones. Una es la de dejarlo todo en manos del asesor financiero y no preocuparse por nada. Otra, bien diferente, consiste en no seguir periódicamente la evolución de los precios por la convicción de que la inversión va a deparar ganancias sí o sí.

Avaricia: tentación de no vender nunca las acciones porque su precio está subiendo y se cree que lo seguirá haciendo eternamente. Según explica Galbraith, en todo proceso de euforia bursátil hay inversores que “esperan que el mercado continúe su trayectoria ascendente, acaso con carácter indefinido”.

Lujuria: deseo exagerado y desordenado por invertir en bolsa en cualquier momento, a cualquier precio y sin considerar la situación económica propia. Ante esta posibilidad, los expertos recomiendan que la inversión responda a una estrategia estudiada, definida y que se ajuste tanto al perfil de cada persona como a su capacidad financiera.

Soberbia: los síntomas son evidentes y consisten en creerse más listos que el mercado, más listos que los demás y vanagloriarse por ello. “Los que se enredan en la especulación experimentan un incremento de su riqueza. (…) Nadie desea creer que eso es fortuito o inmerecido; todos prefieren considerar que es el resultado de su superior visión o intuición”, explica Galbraith.

Envidia: se origina después de saber que ese amigo del alma, ese confidente de los chascarrillos del mercado, ha ganado una suma importante de dinero en una compañía en la que antes no se había decidido invertir.

Ira: enfado irrefrenable causado porque el mercado está actuando de forma equivocada y no se da cuenta de que las acciones en las que se ha invertido deben subir en vez de bajar.

Estos pecados, juntos o por separado, pueden condenar a los inversores al infierno de las pérdidas. La opinión predominante entre los analistas es que el mercado aún cuenta con potencial para proseguir su escalada. La fortaleza que están mostrando la economía mundial y los resultados empresariales ante el encarecimiento del petróleo, junto con la alta liquidez existente en el sistema, constituye el mejor aliado de los parqués. Pero esto no significa que el panorama esté falto de riesgos o que haya que confiarse. Al contrario. Por eso, los expertos mencionan que hay que ser selectivo con los valores en los que se invierte y no dejarse llevar por el entusiasmo.

Como concluye también John Kenneth Galbraith, “el episodio de la especulación nunca termina con una lamentación y siempre con un choque violento”. Esto no tiene por qué ocurrir obligatoriamente en la situación actual, pero la historia bursátil está repleta de episodios eufóricos, por lo que conviene extremar la prudencia ya que, en bolsa, el Cielo y el Infierno están muy próximos.

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