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El G7, el dolar y la bolsa

El G-7 (realmente G-8), con la incorporación de Rusia, es un grupo de trabajo de ministros de Economía y bancos centrales de las siete principales economías desarrolladas que se reúne con carácter periódico para aumentar la coordinación macroeconómica; algo más que aconsejable dada la globalización de economías y mercados.

Su creación en los años setenta, a partir de un G-3, respondió a la necesidad de crear una plataforma formal de discusión económica. Con todo, las conclusiones pocas veces han generado decisiones concretas. Las más famosas fueron los Acuerdos del Plaza y Louvre, de 1985 y 1987, para llevar a cabo, en el primer caso, un descenso del dólar, y en el segundo, sujetarlo. Tan complicado fue que generó secuelas: desde entonces, algunos Gobiernos descartaron la posibilidad de intervenir en los mercados de divisas de forma sistemática. Sus intervenciones podrían moderar una tendencia, nunca romperla.

Las conclusiones de la última reunión celebrada en Boca Ratón (Florida) el pasado fin de semana, ofrecen un balance de tímidos logros. Las autoridades de EE.UU. han logrado que se reitere la demanda de mayor flexibilidad en los mercados de divisas, delimitada a los países con rigideces en sus tipos de cambio (asiáticos). Las europeas que se aluda a la necesidad de reducir la inestabilidad. Por su parte, el Gobierno japonés ha impulsado la petición de que las divisas reflejen los fundamentos económicos.

El comunicado también refleja la necesidad de profundizar en el crecimiento, aplicando las medidas adecuadas para aumentar la productividad y flexibilidad (pendiente en la zona euro y Japón). También hay referencias a EE.UU. para que incentive la recuperación del ahorro, en aras de reducir los desequilibrios (público y exterior). Por último, hay mayor disposición a continuar con la apertura del comercio mundial. En teoría, un buen número de buenas intenciones. Sin embargo, el objetivo de los europeos era detener la caída del dólar, y de momento, tan sólo han logrado una inesperada coordinación verbal, que no implica que la especulación contra el dólar haya finalizado.

La ausencia de China ha sido de las más sentidas, y sus autoridades rechazan, de momento, la posibilidad de apreciar el yuan, a pesar de su creciente superávit comercial frente a EE.UU. o la zona euro. Aunque existe consenso internacional de que el yuan está devaluado, Estados Unidos no parece dispuesto a encabezar medidas drásticas contra esta situación antinatura, entre otros motivos porque una quinta parte del déficit comercial estadounidense es con China, que reinvierte los dólares en deuda norteamericana a corto plazo, convirtiéndose (junto a Japón), en su principal financiador; además de ello, está el proceso de aceleración de EE.UU., cuya creciente demanda de materias primas se beneficia de los bajos precios de los productos chinos. Para calmar los ánimos, los expertos auguran una revalorización del 5% del yuan en los próximos 12 meses.

Un viejo aforismo bursátil dice que los periodos de dólar débil son negativos para la renta variable. La divisa estadounidense lleva inmersa en una espiral bajista desde la primavera de 2002 y no parece que el G7 vaya a cambiar esta tendencia. Sin embargo, esto no significa, necesariamente, que el tipo de cambio vaya a estropear el prometedor ejercicio que se presenta para la renta variable europea. Goldman Sachs acaba de publicar un informe en el que desmonta esa teoría, al señalar que aunque esta relación existe, lo que realmente influye en el comportamiento bursátil no es tanto el tipo de cambio como el crecimiento económico. Con expectativas positivas, como las actuales, no hay razón para temer descensos de las cotizaciones.

A lo largo de estos meses, el euro se ha apreciado un 20% frente al dólar. Curiosamente, los sectores considerados más sensibles al riesgo divisa tuvieron un comportamiento positivo, correlacionado con el resto de la Bolsa. Quizás porque en este periodo se publicaron varios indicadores positivos sobre la evolución de la economía global, algo que no había sucedido en otras fases alcistas del marco alemán (antecedente histórico válido), sucedidas en 1989, 1992 y 1994.

El alza súbita de las expectativas de crecimiento global produjo un impulso sobre la renta variable que contrarrestó con creces el efecto divisa. Si un incremento de un 1% del PIB supone un aumento del 10%-15% del beneficio empresarial, para que el tipo de cambio provocara un impacto de la misma magnitud, el dólar debería caer entre un 40% y un 50%. Pero Goldman Sachs sólo es optimista hasta finales de este primer semestre, y habla de una desaceleración del crecimiento económico estadounidense antes del cuarto trimestre. Si esto se confirmara, el inversor debería evitar comprar los valores con mayor riesgo divisa.

Con todo, este impacto teórico se suaviza bastante con los escudos de protección, normalmente a través de seguros de cobertura, que utiliza el 45% de las empresas exportadoras, sobre todo, productos de lujo, químicas y farmacéuticas.

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