Útil, necesaria y precisa. Así se define la innovación en los tiempos actuales. Ya no basta con seguir haciendo lo mismo para conseguir los buenos resultados del pasado. Con la crisis, los procesos se aceleran, el mercado se muestra turbulento y el reciclaje se hace necesario. Así, la inversión en I+D+i deja de ser una opción para convertirse en un requisito que dé continuidad a la empresa.
No se trata de ponerse una medalla, sino de conocer la propia compañía, sus ventajas y desventajas y, desde ese punto de partida, mejorar con dinamismo e imaginación la capacidad de respuesta a las nuevas necesidades del cliente. El ‘premio’ llegará tarde o temprano con la ventaja competitiva que supondrá la diferenciación del producto/servicio respecto a la competencia. Como recompensa más inmediata, sin embargo, también se pueden recibir ayudas directas e indirectas, que mitiguen el esfuerzo realizado en momentos tan difíciles como los presentes.
El propio presidente del Gobierno resaltaba días atrás que la transición hacia una economía basada en el conocimiento y la innovación es una exigencia “inaplazable” tanto para los sectores nuevos como para los tradicionales. De hecho, podría ser clave para la recuperación de áreas tan afectadas por la crisis como la construcción o la automoción. Este año el programa Cenit, que subvenciona proyectos tecnológicos de riesgo y relevancia estratégica que vayan a ser llevados a cabo por consorcios empresariales de cooperación público-privada, recibirá un aporte extra de 50 millones de euros y el tamaño mínimo de los proyectos que pueden solicitar esta subvención se ha rebajado de 20 millones de euros a 15 millones.
Otro nuevo programa, Interempresas, aportará subvenciones de 500.000 euros de media a pymes en sectores de la salud y energía cuyo objetivo sea mejorar la competitividad. Mientras que el proyecto Neotec tratará de incentivar la consolidación de empresas de base tecnológica que hayan surgido en sectores emergentes con una financiación que puede llegar en algunos de los casos hasta el 70% del presupuesto aportado en compañías que tengan una antigüedad de entre dos a seis años.
El Ministerio de Industria también dispone del Plan Avanza I+D y Avanza Formación para la modernización de pymes. El primero requiere de un presupuesto mínimo de 200.000 € y el segundo de 100.000 €, y con ellos se puede recuperar entre el 35 y el 70 por ciento de lo invertido. Proyectos de investigación industrial, de innovación en materia de procesos y organización, acciones de aprendizaje en línea y formación en tecnologías de la información y de la comunicación para usuarios y profesionales son algunas de las áreas que podrían estar sujetas a estas ayudas.
El Instituto de la Pequeña y Mediana Industria de la Generalitat Valenciana (IMPIVA), a través de Innomepresa, apoya por su parte aquellas actuaciones que impliquen modelos empresariales innovadores que incidan en la mejora de las distintas áreas de la empresa, desde la eficiencia energética, la logística o la distribución, hasta los Recursos Humanos, entre otros. En este caso, colaboraciones externas, tales como asistencia técnica, gastos de consultoría, tutorización y servicios relacionados con los proyectos, pueden recibir una financiación máxima del 50%.
La Agencia Valenciana de la Energía, en otro ámbito más concreto, incentiva aquellas actividades encaminadas a fomentar la investigación, el desarrollo e innovación en los procesos de generación, almacenamiento, transporte y utilización eficaz de la energía, especialmente en materia de energías renovables, con ayudas que ascienden entre el 45 y 35% del coste del proyecto.
Fiscalmente también encontramos deducciones en el Impuesto sobre Sociedades relacionadas con la innovación empresarial en I+D, IT (Innovación Tecnológica) y fomento de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) para las Pymes, que son compatibles con subvenciones para la misma actividad. En contra de algunas creencias, no resulta imprescindible tener un departamento formal de I+D para ser beneficiario de estas deducciones.
La implantación de un software avanzado que facilite a las personas discapacitadas el acceso a la sociedad de la información, nuevos sistemas de gestión documental, sistemas de seguridad informática, gestores de contenidos web, herramientas de comercio electrónico y e-factura, son algunos ejemplos de actuaciones susceptibles de poder deducirse fiscalmente.
A pesar de todos estos incentivos y de otros no mencionados, España sigue lejos de la media europea en materia de innovación. En la clasificación correspondiente a 2008, se sitúa en el puesto 16 del ranking, por detrás de países como Chipre, Estonia, Eslovenia o la República Checa. Sin embargo, no todo es negativo. Se está mejorando. Y como prueba, mencionar que es uno de los estados de la UE donde más se ha incrementado la inversión en I+D en el periodo comprendido entre 2000 y 2006.
Aunque tan solo sea de forma anecdótica, se debe tener presente que estamos en el Año Europeo de la Creatividad y la Innovación, lo que debería servir de guía para promover planteamientos renovadores que doten a las empresas de herramientas para superar los retos de una situación de crisis internacional.
Más allá de las ayudas tanto fiscales como en forma de subvenciones y préstamos, -que siempre son insuficientes aunque suponen un incentivo para implantar estrategias de I+D-, el verdadero premio o recompensa de invertir en innovación es lograr ser competitivos en un entorno cada vez más global, complejo y cambiante.