El sector bancario está en el origen de la crisis actual, y las consecuencias de la sequía crediticia para la economía real hacen que resulte prioritario solucionar los problemas de las entidades financieras si queremos que el ciclo económico tome aliento de nuevo. Y en este contexto, es meritorio el esfuerzo conjunto de autoridades y organismos supervisores para diagnosticar los problemas del sector.
Durante los últimos años, empresarios, reguladores y supervisores se olvidaron de la existencia de los ciclos y, lo que es peor, de que toda actividad económica debe fundamentarse en valores tales como la prudencia, la transparencia y el liderazgo responsable.
La relativa fortaleza del sistema bancario español hace que esté más preparado que otros, pero no debemos obviar su dependencia exterior; tampoco conviene perder de vista que no estamos aislados en el mundo.
Con respecto a las ayudas públicas al sector financiero, tras el agravamiento de la situación era necesario intervenir. No obstante, esta intervención (sin precedentes) se ha explicado mal, y ha llevado a algunos a pensar que se estaba dando dinero gratis a la banca, algo que no es cierto. Esta intervención pública no debe romper el principio de libre competencia y provocar desigualdades en el mercado. Si queremos volver a confiar en un sistema financiero de mercado, parece, pues necesario que las intervenciones estatales, en el caso de darse, sean temporales, y no se favorezca la gestión de las entidades financieras desde el ámbito público. Sería un gran error pensar que “debemos ir a menos mercado y a más Estado”, cuando lo que, en realidad, necesitamos es “mejor Estado y mejor Mercado”.
El sistema bancario español parece haber sorteado bien la primera oleada de la crisis debido a estructurarse en torno al modelo tradicional de banca comercial, más prudente en la toma de riesgos. Sin embargo, lejos de la complacencia, es necesaria una actitud vigilante ante los retos y desafíos que se presentan, por ejemplo, el incremento de la morosidad, o la desaceleración del crédito y las dificultades para encontrar financiación, que pueden mermar las cuentas de resultados de las entidades financieras, lo que requerirá un firme compromiso para reducir costes, y poder así alcanzar los niveles adecuados de rentabilidad.
Ante la crisis, es preciso que los agentes financieros asuman seis principios: prudencia, confianza, eficiencia, responsabilidad, memoria y transparencia, y trabajar en equipo con los supervisores.
Las caídas de Northern Rock y Lehman Brothers, aunque dramáticas, eran necesarias para depurar un sector que ha vivido alejado del negocio bancario y la ética del trabajo,y evitar el riesgo moral. No obstante, el mercado no se recuperará hasta que no se restablezca la confianza, y para ello deberán aflorar todos los activos tóxicos que todavía permanecen ocultos.
En España la situación es mejor que en el resto del mundo gracias, en gran parte, al Banco de España, cuyo prestigio ha subido en buena parte debido al hecho de disponer de medidas anticíclicas y haber generado provisiones en épocas de bonanza, así como contar con una banca minorista más capitalizada, pero no podemos olvidarnos de que estamos expuestos a la crisis de liquidez internacional y los efectos de los riesgos concentrados en préstamos concedidos al sector inmobiliaria.
Otros desafíos a los que se enfrenta la banca española son la incertidumbre sobre el acceso a los mercados y la disponibilidad de liquidez; el riesgo de repetición o prolongación de la crisis; el aumento de la morosidad; la disminución de demanda de negocio por la desaceleración económica y el aumento de los costes financieros.
Las recomendaciones para hacer frente a la crisis, que según se pronostica puede durar un par de años más, pasan por hacer una buena gestión de la morosidad, optimizar recursos, gestionar el riesgo adecuadamente y fortalecerse desde el punto de vista financiero. Además de ello, se deberá reforzar la transparencia, la infraestructura de los mercados y el marco prudencial (elevar los márgenes de seguridad del sistema), reflexionar sobre el nivel de apalancamiento y asumir un cambio de cultura en materia de gobierno corporativo.
Para afrontar la crisis con éxito, las entidades deberían recortar todos los gastos prescindibles, revisar sus planes de expansión y prestar más atención a la eficiencia. Como recomendación, a nivel financiero y a nivel nacional, es preciso ahorrar y desapalancarse en la medida de lo posible. Sólo de esta forma podremos preparar el camino de la recuperación, y potenciar la inversión.
Las medidas tomadas por los gobiernos servirán sólo en la medida en que logren frenar la espiral de desconfianza agravada tras el verano, y para ello deberán llegar a los bolsillos de los principales afectados (pymes y ciudadanos). De lo contrario, será peor el remedio que la enfermedad.