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Romper esquemas, o innovar desde el azar

Romper esquemas, o innovar desde el azar

Hasta el descubrimiento de Australia, los europeos pensaban -injustificadamente- que todos los cisnes eran blancos, y parecía completamente descabellado considerar que pudieran existir cisnes de otro color. Una vez fueron testigos del primer cisne negro, relativamente frecuentes en el continente australiano, esta hipótesis de base fue abandonada. La moraleja de esta historia, narrada de forma muy amena en el exitoso libro “El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable” del economista Nassim N. Taleb es la de que siempre podemos encontrar excepciones, ocultas a nuestros ojos y nuestra imaginación. Los “cisnes negros” son sucesos altamente improbables, y la complejización de las finanzas ha supuesto el advenimiento de fenómenos improbables, aparentemente inverosímiles. Estos “cisnes negros” cumplen al menos tres características: son impredecibles, sus consecuencias son devastadoras, y después de tener lugar, se entiende su razón de ser y resultan menos raros. Dentro de esta categoría de cisnes negros estarían tanto el éxito de Google como el 11 de septiembre.

Así pues, la crítica más extendida a los modelos predictivos sería acusarlos de una cierta obviedad, y argumentar que difícilmente pueden predecir lo impredecible. Lo genéticamente imposible en un hábitat aislado, llegó a suceder. Del mismo modo, en la economía, y particularmente, en los mercados financieros, a veces, acontecen situaciones rocambolescas, que nada ni nadie habían previsto, pero el mero hecho de su existencia no justifica que dejemos de trabajar, investigar y mejorar. Ya decía J.M.Keynes que ”los precios de la Bolsa reflejan lo que desconocemos, no lo que conocemos”. Los modelos de predicción económica distan de ser perfectos, pero son instrumentos muy útiles, que ayudan a mitigar los riesgos, y muchas personas ganan dinero gracias a ellos, de manera que están perfectamente legitimados y justificados.

Así pues, resulta imposible para los editores de Forbes predecir quién cambiará el mundo, porque las mayores debacles son, a menudo, cisnes negros, resultado de un accidente o del azar. Pero sí que tenemos capacidad para identificar a los triunfadores del futuro: aquellos capaces de identificar a los cisnes negros, exponerse a ellos, reconocerlos cuando asomen, y beneficiarse de su existencia.

Aunque la tasa de éxito de la investigación directa es muy baja, lo cierto es que numerosos descubrimientos han supuesto grandes avances de forma indirecta o colateral, fuera del plan original de los propios científicos (como por ejemplo, internet). A pesar del menosprecio habitual por parte de los medios de comunicación acerca de la (falta de cultura) de los norteamericanos, lo cierto es que cada vez son más las personas que incorporan a su vida habitual descubrimientos procedentes de estadounidenses que investigaron fuera de los denominados “estudios tradicionales” (internet, blue jeans, Ipod, Google, Microsoft…). Descubrimientos que nacieron del puro ensayo de prueba y error, de emprendedores cazadores de sueños, con una mayor tolerancia a la toma de riesgos, dispuestos a cometer numerosos errores en la carrera del conocimiento.

Según Taleb, los humanos siempre hemos sido mejores hacedores que entendedores, mejores pícaros que inventores, pero seguimos engañándonos en la ilusión de creer que la planificación y la predicción son vitales. En palabras de este autor, nos preocupa lo desconocido, aunque vivamos de sus frutos. Nos asusta tanto que parametrizamos el conocimiento por disciplinas para clasificar y dar sentido al pasado, pero fallamos estrepitosamente a la hora de interpretarlo, así como para predecir lo que nos deparará el futuro. Y este miedo a la novedad puede ser el que ha generado la crisis de confianza que sufren los mercados financieros, dominados por los “power brokers” (países asiáticos superavitarios, productores de petróleo, private equity y hedge funds).

Este empirista escéptico afirma con sorna que el discurso económico de las universidades está obsoleto, y que la libre empresa sólo funciona cuando recoge sus frutos del azar, los “cisnes negros” facilones, que se dejan atrapar. Y no le afectan ni la competencia ni los incentivos materiales. Según Taleb, ni los seguidores de Karl Marx ni los de Adam Smith son conscientes de la prevalencia y los efectos de la incertidumbre. Preocupados por las dinámicas causa-efecto no consideran externalidades no justificadas por sus escenarios previos. Ellos no aceptan el argumento de que la tecnología ganadora no es, necesariamente, la mejor, sino la ventajista. Y los que lo aceptan, desafortunadamente, no aprueban que sea así.

Así pues, en palabras de Taleb, la picaresca puede ser el camino hacia el éxito por la innovación. En la sociedad de la información, cada vez más, aprendemos a practicar sin dominar los conocimientos necesarios. Gracias a la sobreconfianza de los emprendedores, los inversores naive, los avariciosos bancos de inversión, los científicos confusos y los capitales riesgos agresivos nacen, crecen y mueren empresas.

Al margen de que estemos más o menos de acuerdo con los argumentos excluyentes y radicales de los economistas escépticos, lo cierto es que la escasez de innovadores y emprendedores nos muestra como además de los manuales, las escuelas y la memorización de conceptos también necesitamos perder el miedo a discurrir, a discutir y a poner en práctica más picaresca: desinhibida, agresiva y orgullosa. A partir de la cual pueda mejorar nuestra suerte. Asustados o preocupados por nuestro futuro, avanzaremos más y mejor si nos arriesgarnos y aceptamos las sorpresas (cisnes negros) que nos depare el devenir de nuestra imaginación.

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